lunes, 19 de enero de 2009

La vida secreta de las palabras

Alimentando los fastuosos querubines que se alinean delante de todo lo que desbordamos con nuestros etéreos parabienes encuentro una extraña condescendencia cómplice y singular. Probablemente tenga relación con el extraño parto que alumbra mi visión estratosférica desde las alturas que visito en sueños. Cercanía y lejanían cortejan y cotejan miles de misivas ambiguas recibidas por turbas de sirvengüenzas.

Destronando el ínclito a la par que ubérrimo nicaragüense se vislumbra el rito iniciático del que perplejo asiste a su propio libelo. Rompedoras y crujientes preséntanse todas las nínfulas sin ínfulas que desgastan el ozono en aras de su propio bienestar marchito y sutil.

Puedo porque quiero pero no quiero sin poder alargar el tacto del futón cálido e impávido que me acompleja día tras mes y embozo sin gozo. Sintaxis, semántica y gramática conjugan mi infinito interés por saber que tras todo lo que vino alguien se fue.

Sentido cobran, pues, la arquitectónica miríada de sirvientes correligionarios del que tuvo pero no retuvo e, incluso, pareciendo ello una paradójica cuestión extrusivamente aligerada del innecesario becario, logro extraer la síntesis agotadora del buen sátiro para postponer de la mejor manera el implacable torrente de la rugiente marabunta.

El destino inexorable del mormón inflexible tiende por su propia naturaleza al condenado y oscuro terraplén que marca nuestras vidas, tan densas y desnaturalizadas que acongoja el simple hecho de marcar con tiza el fin del equinoccio.

Despierto al pobre dormilón del infierno consular para que considere ampliamente el hecho de proseguir tan ingrata tarea a la que fue destinado sin pestañear desde que el albor fue tal y consiguió distraer la atención del meridional oyente.

Pera, mera, estera, polvera. La repetición del poseidón no deja de ser una mera diatriba colegial y no por ello menos numérica sin cesar de repetir: soy académica, sólo eso, disipadora y rufianesca.

Dominar el método de silabear no garantiza resultados apostólicos sistemáticamente profanados por los coadyuvantes extraordinarios que refrescan el viciado parvulario de Vladivostok.

Paralelamente a cualquier estudio organizado y despótico surge sin voz ni loto, el nenúfar espurio del vencedor incrédulo. Distingo entre la moda mareante, que no marea modular, el desarme estratégicamente hurtado al beneplácito dispar de todos los que de alguna u otra manera tratan de conseguir sin parar ni pasar por fase ecléctica displicente el fastuoso anagrama del universo perenne. Pino, himno, lino, gorrino. Aliados en la esfera consumida del aire cotizado tras pantallas gruesas e ingratas suenan los finos ritmos marciales del verdoso anochecer que traerá, quizá, a vuestras mentes inquietas el simbolismo adecuado para disfrazar tales códigos de eterna falacia glacial.

El bucle pacificador esteriliza mi nívea estructura constreñida al mítico impulso manipulador capado por el temeroso apache vivificador de ulteriores conquistas y apaños más propios de un molusco certero que de un malgache acomplejado. Consigo a duras ciénagas dotar de larga estulticia pero cuando tengo que engancharme al lema superfluo termino con el dislate prolongado del cefalópodo trigonométrico que suena al remedar el hecho en sí mismo poco instantáneo de sufragar el trípode.

Automática expresión de mi atormentada escritura plasmose tras de aquesta última sentencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ay quique......que saturación de palabras y más palabras....me gusta cuando escribes más claro...