Silvestre sacó la pistola de la funda donde la tenía adosada a sus costillas. Todo lo hacía de una manera suave y elegante por más que fuese un acto repetido incontables veces. No imaginó que este trabajo le fuese a costar tanto. No le gustaban los encargos en los que el objetivo era una mujer porque encontraba cierto reparo que con los hombres no tenía. Debía de guardar relación con eso de que las mujeres son, en teoría, más indefensas que los hombres, cosa que por otra parte la vida le había demostrado en numerosas ocasiones que no era cierto, pero aquello que se aprende o se dan por cierto en la infancia queda grabado para siempre en lo más recóndito del cerebro. Pero lo de ésta trascendía a un simple reparo. Lo notó en cuanto la tuvo cara a cara la primera vez.
Ahora la tenía en frente por segunda vez y notaba cómo se le descosía la boca del estómago. No quería matarla. Le gustaba mucho y eso que no había cruzado palabra alguna con ella, pero el pelo moreno, los ojos verdosos y la sonrisa que tenía lo cautivaban por completo. Era, además, una mujer elegante y decidida, o al menos, eso le parecía.
Podía no asesinarla, al fin y al cabo, hacía años que era su propio jefe, aceptaba los encargos que quería y rechazaba los que no le gustaban. Todavía no acababa de entender por qué había aceptado éste. Por el dinero, suponía y, también creía recordar que cuando vio la foto de ella nada le hizo pensar en que sería más complicado que en anteriores ocasiones, ¿o sí lo pensó? A estas alturas de la película ya daba igual, estaba allí e iba a terminar lo que había empezado. Además, si ahora abandonaba iba a ser un golpe para su reputación y podía empezar a tener problemas para seguir trabajando.
Por mucho que le enseñara aquella preciosa sonrisa podía ver en sus ojos el terror que la poseía. "Ten cuidado, es inteligente, o al menos lo parece", se decía para sí. "¡Joder, es preciosa! y me la tengo que ventilar", pensaba, "¿y si paso esta vez?" A la vez que la duda asaltaba su cerebro se iba acercando lentamente a la cama donde estaba incorporándose su víctima. El dormitorio era enorme, como toda aquella casa. De hecho le costó un par de minutos llegar desde la entrada hasta él. Siempre tuvo, de todas formas, problemas para orientarse correctamente.
Todo en aquella habitación era blanco o negro, todo perfectamente combinado. Vestía un pijama de seda blanco, seda o algo parecido, porque tenía pinta de ser muy suave. Tampoco es que él entendiese demasiado de tejidos. Las sábanas también eran del mismo color que el pijama, sin embargo la cama en sí era negra. Se trataba de una cama de estilo japonés. Detrás de la misma, pegadas a la pared, colgaban dos láminas con letras japonesas en negro que ocupaban casi todo el alto de la misma. No se fijó en más detalles.
"Coge todo lo que quieras, no voy a oponer resistencia a que robes", dijo Victoria. "¡Qué voz tan bella!", pensó él. -"No vengo a robar, vengo a..., bueno..., estoy aquí por ti, no por los objetos".
- "¿Por mí?, ¿me vas a secuestrar?"
- "No, me envían a matarte..."
- "Aghh", gritó, o al menos era su intención porque lo que salió de su garganta fue una especie de susurro ahogado. El semblante le cambió al instante, se quedó pálida y descompuesta. Aun así seguía estando estupenda.
- "¿Sorprendida?". ¿Qué coño hacía hablando con su víctima? La primera regla de su profesión era no hables a quien te vayas a cargar o se complicará.
- "Sí, claro. No entiendo nada. ¿Quién quiere matarme? Si no soy nadie ni he hecho nada para merecerlo.", argumentó nerviosa y sofocada.
- "Pues alguien debe de pensar lo contrario. La vida es una caja de sorpresas. La verdad es que no tengo idea de qué tiene que ver contigo quien me ha contratado, ni mucho menos el motivo. Cuando acepto un encargo procuro tener la menor información posible de ese tipo para evitar trabas emocionales. Deberíamos dejar la cháchara, voy a hacerlo de todos modos".
Vio cómo se humedecía el pantalón que la cubría. Era tanta su experiencia que hasta podía oler el miedo, porque, sí, el miedo tiene olor. En ese momento impregnaba toda la habitación. Se le encogió el estómago. Ella volvió a padilecer. Levantó el brazo, apuntó, le gustaba acertar en medio de la frente, rápido, indoloro, seguro. ¡Chuk, chuk! Dos tiros y una morena menos. La almohada blanca se teñía lentamente de rojo oscuro. Al final no resultó tan complicado. Tocó el silenciador, le gustaba el calor que desprendía. En la calle hacía frío, en su estómago también, porque allí era donde Silvestre almacenaba los sentimientos.
2 comentarios:
.... novela negra!
Me encanta y por una vez no muere una rubia, sino la morena estupenda jejeje
Lo único malo, el nombre
"Silvestre"... el gato?........
Un poco clasico lo del entorno japo.
Algun parrafo con frases un pelin largas, pero no esta mal Enriquito.
Por cierto ire a ver la ultima de los hermanos C. aunque segun tu criterio el cine ha muerto.
Javi T.
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