Hace unos meses deseaba fervientemente que se acabara el mundo en 2012. En realidad quería que terminara enseguida pero como todo apunta a ese año era en lo que pensaba. Últimamente, no sé cuándo empezó a gestarse el cambio, he comprobado con cierto asombro que no tengo tan claro tal deseo, incluso, puede que haya desaparecido, al menos por el momento. Está bien porque ya me encontraba agotado de esperar el fin.
Todo tiene su parte negativa. Ahora que me vuelve a apetecer vivir algo más de tiempo, quizá por una extraña premonición de que va a estar bien lo que me espera, probablemente sea el fin del mundo en 2012 de verdad, más que nada por aquello de joderme.
Así es la vida, al menos la mía.
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